Zazen

 ZAZEN (*)

En zazen, nos sentamos en un cojín, piernas cruzadas, la espalda vertical. El cuerpo se convierte en trazo de unión entre el cielo que empujamos con la cabeza y la tierra que empujamos con las rodillas. Así, relajamos las tensiones acumuladas en nuestro cuerpo por un ego que, no muy seguro de existir realmente, hace siempre demasiado para parecerlo.

¿Cuantas veces al día tensamos los hombros cuando nos creemos dañados?. ¿Cuantas veces nos impedimos inspirar profundamente porque idos en nuestros pensamientos nos olvidamos espirar?. ¿Cuantas veces nos duele la espalda cuando nos cargamos de todos los requerimientos a los que nos esforzamos en responder para merecer el derecho de existir, espigando de paso algún reconocimiento  y un poco de amór?.

Concentrarse en la postura de zazen es una manera bastante sencílla de dejar que se desagan los nudos con los que nos atamos a nosotros mismos. Desacerse de sus ataduras es uno de los sentidos de convertirse en Buda: liberado.

En zazen pensamos con todo el cuerpo y no solamente con el córtex cerebral: entonces penetramos el aquí y ahora de nuestra existencia, y es como volver a casa y sentarse en paz.Ya no hay necesidad de correr aquí o allá a la busqueda de un eterno más allá.

Con este cuerpo limitado, somos uno con el universo como la gota de rocío que refleja el claro de luna, más allá de las nociones de pequeño o grande, de próximo o lejano.

Sin cerrar los ojos no nos fijamos en nada en particular y la mirada se vuelve amplia, así como la mente que no se estanca en ningun pensamiento. Abarcando todo lo que aparece en nuestra práctica, todo se convierte en zazen y nada nos molesta.

Lejos de buscar huir del mundo, realizamos que solamente existimos en interdependencia con todos los fenómenos. Sin utilizar las gafas coloreadas de nuestras opiniones y prejuicios, volvemos a una clara mirada que acoge la realidad sin buscar reducirla a lo ya conocido, respetando el profundo misterio de la vida y el carácter finalmente inasible de todos los seres.

Sentados en silencio, el dialogo interno se apacigua  y la conciencia se abre más allá de cada palabra.

Concentrado en la posición de las manos que no agarran nada, nuestras fabricaciones mentales se detienen. Realizamos que sin agarrar ni rechazar nada uno es verdaderamente libre.

Inspirar y espirar profundamente vuelve a traer nuestra atención al momento presente de nuestra vida real, en contacto con nuestro entorno. Esto ayuda a dejar pasar los pensamientos y reencontrar una mente fluida, que en nada se estanca, disponible para el nuevo instante. En lugar de estar encadenada por los pensamientos que se enganchan unos a otros encontramos momentos libres de todo pensamiento a partir de los que un pensamiento nuevo, creativo puede surgir de la vacuidad. La consciencia se vuelve como la superficie de un lago cuando se han calmado las olas: refleja todo el cielo y es transparente hasta el fondo.

Esta forma de pensar con el cuerpo y la respiración sin atenerse a los pensamientos la volvemos a encontrar en diferentes momentos del día. En nuestras vidas repletas de toda clase de preocupaciones, abre un espacio de libertad. Con el hábito de zazen esto se realiza más allá de todo esfuerzo. Pero también podemos dedicar diferentes momentos del día para recordarnos la concentración a través de la atención puesta en la respiración. 


(*) Autor¿?

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